sábado, 8 de noviembre de 2014

Para ser felices en la vida Patricia ramirez


Patricia Ramírez Headshot

Para ser feliz

Publicado: Actualizado: 
FELICIDAD
La felicidad es el estado que todos anhelamos, deseamos, buscamos, pero que no siempre entrenamos lo suficiente. Nos excusamos con que vivimos rodeados de estrés, problemas e incertidumbre que nos nubla e impide disfrutar del momento. Pero esas variables también existen en la vida de otras personas que sí disfrutan más de la vida. La diferencia está en cómo interpretan el entorno. Todos queremos ser felices, y para ello nada más fácil, que copiar lo que sabemos que sí da la felicidad. Si todo el mundo reaccionara en el tráfico como lo hace el señor que canta en el anuncio del Toyota Auris en medio del caos circulatorio de la India, cantando tranquilamente y sintiéndose relajado, todos seríamos más felices. ¿Por qué él canta mientras que tú tocarías el claxon hasta la extenuación?
Hay personas más felices que otras, que disfrutan más de la vida y sacan jugo a pequeños detalles. Personas que no tienen más que los demás, ni poseen una casa enorme, ni un sueldo de millonario, ni un coche espectacular. Lo que sí se sabe es que tienen un ritmo de vida distinto, le dan un valor diferente a lo que les sucede en sus vidas y disfrutan con lo que otros ni siquiera perciben.
¿DÓNDE ESTÁ EL ÉXITO?
Las personas felices saben que el éxito es la consecuencia de vivir de forma coherente, de disfrutar de los valores y de las relaciones sociales, en lugar de la medalla a tus resultados. Ya quisiéramos que los resultados siempre fueran directamente proporcionales a nuestra entrega y dedicación. Pero no siempre es así. Las personas felices valoran su trabajo y lo que hacen en el presente sin esperar que su aportación tenga un resultado determinado. Disfrutan de su propia actividad, no de lo que les reporta. Disfrutan jugando a fútbol, escribiendo, contestando un correo o atendiendo un cliente. Si el cliente deja propina o no, no depende de ellos. Pero el trato con el cliente lo convierten en algo especial. En estos casos es más fácil que te den propina, pero no era el objetivo que buscaba el camarero. EL reconocimiento llega por el buen hacer, pero el buen hacer nace de dentro, del disfrute de la profesión, de estar pendiente de lo que tiene que hacer y no de lo que puede esperar del cliente. El éxito está asociado a la felicidad, pero solo como la consecuencia de lo que vivimos y de cómo sentimos.
VIVE EL PRESENTE
Otro ingrediente en la receta de la felicidad es la capacidad para estar presente y disfrutar del momento. Se trata de no gastar tanta energía pensando en los errores y éxitos del pasado, ni en lo que te deparará el futuro. Vive los detalles y pon los sentidos en lo que haces. No es difícil, solo es cuestión de entrenamiento. Percibir, sentir, oler, tocar, degustar y poner la atención en lo que sucede a tu alrededor. Elige tres momentos al día en los que pondrás en práctica "estar presente". Aíslate de distractores como el teléfono y dirige tu foco de atención, a través de los ojos y la escucha a la persona que está contigo, saborea al café que estás bebiendo, vive la película que estás viendo y trata de recrearte en esta situación.
PRESTA AYUDA
Las personas que se implican en labores humanitarias o que ayudan de alguna manera a los demás, se sienten bien consigo mismas. El altruismo y la cooperación es una fuente de bienestar. Es imposible hacer un acto de generosidad sin sentirte bien contigo mismo. Ayudar a los más desfavorecidos te permite tener otra perspectiva, incluso valorar más lo que tienes y lo que eres. Cuando consigues que alguien mejore su bienestar, inmediatamente repercute en el tuyo.
VIVE MÁS Y COMPRA MENOS
Muchas personas tratan de comprar su bienestar. Un trapito nuevo, un reloj, los zapatos que están de moda. Se ponen cosas encima que les definen como personas. Pero este estado de felicidad dura segundos, minutos, o puede que días. Y por más que compran, al día siguiente no consiguen disfrutar de ellos mismos. Son las experiencias con nosotros mismos y con los demás las que de verdad alimentan nuestro bienestar. La felicidad está en las vivencias.
CUIDA A LAS PERSONAS
Trata a las personas como si no fueras a verlas mañana. Imagina que no tienes la oportunidad de pedir perdón, así serás más cuidadoso con lo que dices y cómo lo dices. Nos confiamos con que a los que hoy queremos y que nos quieren, lo seguirán haciendo toda la vida. Y ese abuso de confianza nos relaja en las formas. Cada vez que le hablas mal a alguien, le levantas la voz o das una contestación impropia, te sientes mal, triste y mala persona. Cuida tus formas. Hay personas a las que no les dio tiempo a pedir perdón, personas que el orgullo les puede, y a pesar de consumirse por dentro, son incapaces de dar ese paso que les daría la paz y la felicidad.
PRIORIZA Y ACTÚA
Cuando sea mayor, cuando me jubile, cuando me relaje, cuando los niños crezcan..., todo el día pensando lo que harás en el futuro cuando tengas tiempo. Para ser feliz tienes que atender tus necesidades y definirlas como prioridades. Hazles hueco. Los hijos, el trabajo, tu pareja, los amigos, todos son importantes, pero tú también lo eres. Si no encuentras un momento para ti y lo disfrutas, seguramente el tiempo que entregues a los demás tampoco tendrá la misma calidad. Porque cuando no estás satisfecho y percibes que tienes más obligaciones que disfrute, la apatía, la falta de motivación y la tristeza conviven contigo.
HABLA DE LO QUE FUNCIONA
Las personas felices se centran más en hablar sobre las experiencias que disfrutan, los amigos con los que se llevan bien, lo rápido que avanzan en su enfermedad, el premio que le dieron a un conocido o lo mucho que están disfrutando de un nuevo curso al que se han apuntado. Las personas desdichadas hacen todo lo contrario, hablar de lo que va mal: lo que no funciona, la crisis, una nueva dolencia, los problemas que tienen de pareja, etc.
Contar con la opinión de otras personas para ayudarnos a solucionar problemas es genial. Porque además, suelen ofrecerte otro punto de vista que tú no tienes. Pero no plantees el problema como algo horrible y contagies tu malhumor a los demás. Habla con madurez, contando qué te pasa, sin dramatismo, y pidiendo la opinión sincera de los demás. Y no conviertas tus desgracias en el monotema de tus reuniones de amigos.
Revisa tus creencias sobre lo que te hace feliz y lo que no te hace. Suelta lastre. Abandona objetivos absurdos, como querer meterte con 40 años en la talla 34, aparentar estar siempre joven o creer que eres feliz porque llevas el bolso a la última. Ese tipo de objetivos te ahogan y te someten a unos niveles de ansiedad incomprensibles.
Recuerda también que no son los demás los responsables de tu felicidad, que no te sentirás mejor cuando te llamen o cuando fulanito te mande ese mensaje. Esto ayuda, pero tienes que conseguir buscar la felicidad en lo que depende de ti.
 

viernes, 7 de noviembre de 2014

Los miedos y el aprendizaje de la valentia


Dedicado a todos los PADRES y aquellos que ejercen de FORMADORES.
«SI QUIERE UN HIJO MIEDOSO, PROTÉJALE Y RESUELVA SUS PROBLEMAS»
Hace unos meses ABC.es en su apartado dedicado a la Familia, publicó un artículo que ahora con la nueva temporada en marcha, queremos compartir, porque en muchos padres se generan dudas sobre ciertas actuaciones en la educación de sus hijos.
José Antonio Marina dedica su último libro, «Los miedos y el aprendizaje de la valentía», a padres y profesores.
Que el filósofo José Antonio Marina reconozca que «todos tenemos miedos» puede resultar tranquilizador. Aunque haya un matiz que las personas, según este investigador, deberíamos tener claro. «Hay miedos que nos protegen y miedos que nos destruyen. Estos últimos son nuestros enemigos y como tal hay que declararles la guerra». Esta batalla de Marina está especialmente dirigida a los niños, porque sus miedos, asegura, «pueden llegar a entorpecer su desarrollo». Sobre cómo enseñarles a afrontarlos y vencerlos versa su último libro, «Los miedos y el aprendizaje de la valentía», toda una pedagogía del coraje.
—Dice usted que hay miedos que nos protegen, y miedos que nos destruyen. ¿Por qué a veces consigue dominarnos el miedo?
—Porque es muy astuto, es muy sutil, nos engaña con mucha facilidad. Engaña porque nos presenta como solución justo aquello que hay que evitar, que es la huida. Y con muy buenas razones. Por ejemplo: una persona a la que le da miedo ir a una fiesta, en vez de decir "me da miedo la fiesta", lo que piensa es "si va a ser muy aburrida, para qué voy a ir, además no tengo que ponerme, y encima que bien, porque dan una pelicula en la tele". Acaba no yendo, y su decisión le tranquiliza momentáneamente. Pero la soledad es un antídoto falso contra el miedo social. Falso porque en realidad lo está alimentando. Al miedo hay que tenerle verdadero odio. Hay que declararle la guerra.
—Este libro está dedicado a los miedos infantiles y adolescentes. ¿Qué tenemos que ver los padres en los miedos de nuestros hijos?
—Mucho. Los padres deben intentar no transmitir sus miedos al niño, porque los miedos se copian. Otras veces los niños aprenden los miedos porque se los contamos. Les damos demasiadas advertencias del tipo: «No hagas esto que es muy peligroso», lo que hace que los pequeños vayan teniendo la idea de que viven en un mundo hostil lleno de peligros, donde lo mejor es no salir mucho al exterior. Es decir, si usted quiere un hijo miedoso y vulnerable, protéjale, resuelva sus problemas, dele ejemplos de cobardía... En las familias se aprende el modo de enfrentarse a los problemas, que es un componente muy importante de la valentía. La valentía en realidad significa: «Me molestan los problemas como todo el mundo, pero procuro enfrentarme a ellos». En cambio las conductas de evitación favorecen el miedo. Y muchos niños aprenden las conductas de evitación en sus familias. 
—Por contra, ¿qué podemos hacer los padres para criar hijos valientes?
—Lo importante es que el niño no aprenda miedos exagerados o peligrosos para él. Eso se puede conseguir demostrándole que vive en un ambiente seguro, que no todo el mundo es malo, que el mundo es previsible (mediante unos ritmos estables de vida...). También no provocándole experiencias de miedo injustificado, ni asustándolo. Y por supuesto, premiando todas las conductas donde el niño demuestre algo de valentía.

—¿Cómo actuamos, en cambio, cuando detectamos un miedo en nuestro hijo? 
—Lo primero es no quitarle importancia. Da igual que sea miedo o que viene lloroso porque no le han invitado al cumpleaños de su amiguito. No son cosas de niños. Para el niño en ese momento es muy importante porque está ocupando toda su conciencia. Es muy conveniente que las primeras palabras que aprenda el pequeño (a los dos o tres años) sean palabras que tengan que ver con los sentimientos, tanto de tristeza como de alegría. En el momento en que puede hablar de ellos, verbalizarlos, comunicarlos... también conseguirá tranquilizarse. Hay que tener en cuenta que el niño se asusta cuando no sabe qué le pasa. Si, definitivamente debemos hablarles y conviene mucho que ellos hablen también de sus miedos. Los padres tienen que tener paciencia para escucharles cuando hablan de esto o de cualquier sentimiento que les perturba. Es importante también que sean conscientes de que cuando tienen la primera noticia de los miedos de su hijo, no es el momento de dar consejos, sino de acogerlo y confortarlo. Cuando esté calmado, podremos hablar de ello. Convendría entonces preguntarle qué solución se le ocurre a él. Los niños tienen ideas estupendas. Además, esta es la forma de enseñarle a afrontar los problemas.
—La timidez y las dificultades en las interacciones sociales de los niños aparecen en su última obra como el problema más frecuente e importante de los menores. ¿Cuáles son los procedimientos para luchar contra esto?
—Los procedimientos para luchar contra la timidez pasan por no sobreproteger al niño, porque eso favorece las conductas de evitación y las premia. También por no colaborar con su miedo, permitiéndole que viva en permanente retirada. Y por intentar corregir las explicaciones que se da acerca de su miedo. Sería conveniente ayudarle a mejorar sus habilidades sociales, favoreciendo las ocasiones de exposición al «peligro» (invitando amigos a casa, animándole a que inicie interacciones, etc). También ponerle pequeñas tareas en las que pueda triunfar y elogiar sus éxitos... Es importante combatir la timidez porque esta priva al niño de uno de los grandes antídotos del miedo, que es la amistad y una buena interacción con sus iguales.
El miedo al colegio
—En «Los miedos y el aprendizaje de la valentía» usted cita el miedo a ir a la escuela de determinados niños como otro gran problema en aumento. ¿De dónde nacen y cuál debería ser aquí el papel del docente?
-De que son niños que anticipan consecuencias desfavorables: los compañeros se van a reir, les van a regañar, no van a saber contestar, voy a ser más torpe que los demás... Por alguna razón, estos chicos detectan algún elemento amenazador donde otros no lo ven. Las dificultades de aprendizaje causan muchas preocupaciones. Algunos niños llegan a hacer novillos porque les da miedo no aprender. Estos miedos se podrían achacar a una mala acción del docente. Lo más importante es que estos no caigan en esa tentación de utilizar el miedo, porque es muy fácil hacerlo. Los docentes tenemos que estar alerta porque con frecuencia los niños salen de la escuela sabiendo con certeza para qué no sirven, pero sin tener una idea clara de sus fortalezas. Y eso puede provocar un sentimiento crónico de no poder enfrentarse a los problemas. Con mucha frecuencia se utiliza el miedo como herramienta pedagógica pero la escuela tiene que ser un ámbito alegre y un ámbito de confianza. Esto no se nos debe olvidar nunca.
«El mayor miedo de los adultos es a la evaluación de la mirada ajena»
Marina apunta «al miedo a la evaluación o a la mirada ajena, al que estará pensando el otro de ti, a defraudar», como el problema que más afecta a los adultos. Eso, indica este investigador, «es lo que hace que muchas personas no se atrevan siquiera a ir a comer en público, o a pedir un aumento de sueldo, o a reclamar el dinero que hace tiempo le prestamos a un amigo. Esto en algunas personas llega hasta extremos inconcebibles. Les da vergüenza protestar en una tienda, aunque les hayan cobrado de más. No son miedos patológicos pero son miedos que dificultan mucho la vida».